Festival de beethoven por Rafal Olvinski

Festival de beethoven por Rafal Olvinski

martes

Back from a sunny stay in...

(Te prometí que volvería...)

La pasada semana salí de Madrid con nieve, lluvia...y regreso con más lluvia, cielo gris... Pero ahora, ¿podríamos pasar a la primavera pleeeaase?



Una de las calles de Intramuros.



Que pillinas que son las gaviotas, ¿Qué estarán mirando por la ventana con tanto interes?, pfff...vete tu a saber...¿sardinitas a la salsa de gaviota?



¡Mmm! azucarado!


¡¡Mmmmm!! tan azucarado!!!







La verdad, no se que nombre reciben estos tronquitos de mar pero sé que sirven de barrera contra las altas y fuertes mareas.



Me encantan los antiguos letreros hechos a mano que aún mantienen algunas tiendas, bares...como este por ejemplo, Pupupiduuu.

miércoles

Irresistible Thaïs (Anatole France)

[Dibujo al pastel]


Thaïs es hermosa, es lujuria y es sensualidad. Pafnucio, un monje que se obsesiona desde que la ve por vez primera decide sacarla de su vida de lujuria y pecado y convertirla en una mujer piadosa. Sin embargo, todos los hombres de Alejandría saben el poder que ejerce Thaïs sobre ellos, el embrujo en que caen. Cuando Pafnucio le pregunta a su amigo Nicias quién es Thaïs, este le responde:
" Vendí por ella un molino y dos campos de trigo, y compuse en elogio suyo tres libros de elegías detestables. Ciertamente, la belleza es lo más poderoso que hay en el mundo, y si estuvieramos hechos para poseerla siempre nos preocuparíamos lo menos posible del demiurgo, del logos, de los eones y de todas las otras fantasías de los filósofos".
Thaïs, la cortesana de Alejandría
Anatole France
***
Adaptación de la obra de Anatole France a la ópera por Jules Massenet. Coreografía interpretada por Letizia Giuliani.



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Después de una noche de reflexión " La Meditación " que evoca los cambios que comienzan a experimentarse en Thaïs hacia su conversión. Anne Sophie Mutter interpretando al violín la Meditación de Jules Massenet.
Mare mía, como toca y qué vibrato tiene esta mujer. IM-Presionante.

lunes

Resultado en el Acantilado


Era Noviembre, con mi libro entre las manos me dirigía a los acantilados de una de las playas de la costa bretona. Hacía un viento desagradable y el cielo amanazaba lluvia pero caminaba con la esperanza de que el viento se llevase a otro lado esos temidos e indeseables nubarrones. Llegué a mi destino, a uno de los puntos altos del acantilado quedandome de pie, inmovil, contemplando la grandeza del paisaje y la inmensidad del mar hasta el límite donde lo corta.
Me disponía a hacer algunas fotografías y decido hacer participe a mi libro en ellas otorgandole el papel principal y tratando con ello de quitar protagonismo al mar.
En mi empeño por consiguir una buena foto empienzan a caer algunas gotas pero insisto en seguir disparando con mi cámara, la lluvia también insistía en su propósito y empezaba a caer más fuerte. Temía ya por el libro, rapidamente lo cogí de un vuelo protegiendolo debajo del abrigo y apretándolo fuertemente contra mi pecho salí corriendo del lugar diciendome convencida que "la Bretaña es tan húmeda que sale agua solo con apretar un puño".
Intentaba buscar en el camino de este apartado lugar algo donde poder guarecerme, estaba tomando una ducha de lo más indeseable, pero nada, así que me dirigí flechada al único bar dispuesto en la única y minúscula plaza de este pequeño pueblo.
Entré en el bar como una aparición repentina de tal forma que los lugareños que estaban en la barra rodeando sus vasos se giraron mirando con cara de asombro a una forastera empapada hasta los huesos.
Me senté en una de las mesas tratando de adoptar una actitud desenfadada y despreocupada a pesar de que el hijo del dueño del bar también me estaba dando un buen repaso con sus ojos. Se acerca y me pregunta que como vengo en esas condiciones, que menudo día he elegido para salir a la calle, que debería entrar rápido en casa por temor a que coja una pulmonía...asiento en todo lo que dice y le pido que me traiga un café con... no me deja terminar la frase, él la termina por mí con una mirada complice. -mucha leche y caliente-. Sí, le digo con una sonrisa. Se acuerda de como me gusta el café.
Empiezo a distenderme y a acomodarme cuando me doy cuenta que aún mantengo apretado el libro contra mi pecho y sintiendo como mi corazón seguía golpeando el libro, del mismo modo que cuando escapé del acantilado.

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