Festival de beethoven por Rafal Olvinski

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lunes

Mario Vargas Llosa - Travesuras de la niña mala


  La seguí llamando los tres días siguientes y nunca contestó el teléfono. consumido por los celos, ya no vi nada, ni a nadie, y sólo conté los días eternos que faltaban para tomar el avión de vuelta a Europa. El tío Ataúlfo advirtió mi nerviosismo, a pesar de que yo exageraba los esfuerzos por parecer normal, y acaso justamente por eso. Se limitó a preguntarme dos o tres veces si no me sentía bien, porque apenas probaba bocado y porque no acepté una invitación a salir a comer y a una peña criolla a escuchar  a mi cantante preferida, Cecilia Barraza, que me hizo el amable Alberto  Lamiel.
  Al cuarto día partí de regreso a París. No dormí, no comí, las casi dieciocho horas que tomó el vuelo, por una larguísima escala del avión de Air France en Pointe-à-Pitre, para reparar una avería. ¿Qué me esperaría esta vez, al abrir la puerta de mi departamento de la École Militaire? ¿Otra cartita de la niña mala, diciéndome, con la frialdad de antaño, que había decidido partir porque ya estaba harta de esa vida de ama de casa pequeñoburguesa, cansada de preparar desayunos y tender camas? ¿Podía seguir con esas gracias, a su edad?
   No. Cuando abrí la puerta del departamento de Joseph Granier -la mano me temblaba y no conseguía encajar la llave en la cerradura-, ahí estaba ella, esperándome. Me abrió los brazos con una gran sonrisa:
  -¡Por fin! Ya me estaba cansando de andar solita y abandonada.
  Se había vestido como para una fiesta, con un vestido muy escotado y los hombros al aire. Cuando le pregunté a qué se debían esas elegancias, me dijo, mordiqueándome los labios:
  -A ti, tonto, a quién se van a deber. Te he estado esperando desde la mañanita, llamando a Air France todo el tiempo. Me dijeron que el avión se había quedado varias horas en la Guadalupe. A ver, déjame ver cómo te han tratado en Lima. Vienes con más canas, me parece. De tanto extrañarme, supongo.
   Parecía contenta de verme y yo me sentía aliviado y avergonzado. Me preguntó si quería tomar, comer algo, y, como me vio bostezando, me empujó hacia el dormitorio: "Anda, anda, échate a dormir un rato, yo me ocupo de tu maleta". Me quité los zapatos, el pantalón y la camisa y, simulando dormir, la espié con los ojos entrecerrados. Desempacaba despacio, concentrada en lo que hacía, con mucho orden. Iba separando la ropa sucia y la metía en una bolsa que luego llevaría a la lavandería. La limpia, la acomodaba cuidadosamente en el clóset. Las medias, los pañuelos, el terno, la corbata. De tanto en tanto echaba una mirada a la cama y me parecía que su expresión se tranquilizaba al verme allí. Tenía cuarenta y ocho años y nadie lo creería viendo su silueta de modelo. Estaba muy bonita con ese vestido verde claro, que dejaba sus hombros y parte de su espalda desnuda, y maquillada con tanto esmero. Se movía despacio, con gracia. En una de ésas la ví acercarse -yo cerré los ojos del todo y entreabrí la boca, simulando dormir- y sentí que me cubría con la colcha. ¿Podía ser una farsa todo aquello? Jamás de los jamases. Pero, por qué no, con ella la vida podía volverse en cualquier momento teatro, ficción. ¿Le preguntaría por qué no me había contestado el teléfono estos últimos días? ¿Trataría de averiguar si había estado en viaje de trabajo? ¿O, mejor, te olvidabas de ese asunto y te sumergías en esta tierna mentira de la felicidad doméstica? sentía un cansancio infinito. Más tarde, cuando estaba empezando a pescar el sueño de verdad, la sentí que se echaba a mi lado. "Qué tonta, te he despertado." Estaba vuelta hacia mí y con una de sus manos me revolvía los cabellos. " Estás llenándote de canas, viejito", se rió. Se había quitado el vestido y los zapatos y la enagua que llevaba era de un tono mate claro, parecido al de su piel.
  - Te he extrañado- me dijo, de pronto, poniéndose muy seria. Me clavaba sus ojos color miel de una manera que, de golpe, me recordó la mirada fija del constructor del rompeolas. -En las noches no podía dormir pensando en ti. Una noche lloré, pensando que te podía pasar algo, una enfermedad, un accidente. Que me llamarías para decirme que habías decidido quedarte en Lima con una peruanita y que no te vería más.
  - Una vez, hace un montón de años, en este mismo cuarto me preguntaste qué era para mí la felicidad, ¿te acuerdas, niño bueno? Y yo te dije que era el dinero, encontrar  un hombre poderoso y muy rico. Me equivocaba. Ahora sé que tú eres para mí la felicidad.
  Y, en ese momento, cuando iba a tomarla en mis brazos porque los ojos se le habían llenado de lágrimas, la campanilla del teléfono repiqueteó, haciéndonos dar un pequeño brinco a los dos.
  -¡Ah, por fin!- exclamó la niña mala, levantando el fono-. El maldito teléfono. Lo arreglaron. Oui, oui, monsieur. Ça marche très bien, maintenant! Merci.
  Antes de que colgara yo había saltado sobre ella y la abrazaba, apretándola con todas mis fuerzas. La besaba con furia, con ternura, se me atropellaba la voz mientras le decía:
  -¿Sabes qué es lo más bonito, lo que más me ha alegrado de todas esas cosas que me has dicho, chilenita? "Oui, oui, monsieur. Ça marche très bien, maintenant."
  Ella se echó a reír y murmuró que era la huachafería menos romántica de todas las que le había dicho hasta ahora. Mientras la desnudaba y me desnudaba yo, le dije al oído, sin dejar un momento de besarla: "Te llamé cuatro días seguidos, a todas horas, de noche, al amanecer, y, como no me contestabas, me volví loco de desesperación. No comí, no viví, hasta ver que no te habías ido, que no estabas con un amante. Me ha vuelto la vida al cuerpo, niña mala." La oía retorcerse con las carcajadas. Cuando me obligó con sus dos manos a apartarle la cara para mirarme a los ojos, todavía la risa le impedía hablar. "¿De veras estabas loco de celos? Qué buena noticia, todavía estás enamorado de mí como un becerro, niño bueno." Fue la primera vez que hicimos el amor sin dejar de reírnos.


jueves

Steve Jobs

La estrella del rock de la informática.
Genio y visionario que revolucionó el mundo y gran ejemplo de como debemos perseguir los sueños.